Recuperando nuestro poder
Vivimos en un mundo donde no estamos familiarizados con sentir, hemos aprendido a pensar, a razonar, a analizar, pero pocas veces a sentir. Si de repente una persona se pone a llorar delante de nosotros, no sabemos qué hacer e inmediatamente tratamos de contenerla. Lo mismo sucede con el enojo y a este respecto les quiero compartir algunas ideas que encontré en el libro El camino del Artista, escrito por Julia Cameron.
La ira es como un combustible. La sentimos y queremos hacer algo. Pegar a alguien, romper algo, tener un ataque, dar un puñetazo a la pared, cantarle las cuarenta a esos malditos. Pero como somos buena gente lo que hacemos con nuestra ira es comérnosla, negarla, enterrarla, bloquearla, esconderla, mentir sobre ella, medicarla, acallarla, no hacerle caso. Hacemos de todo menos escucharla.
A la ira hay que escucharla. La ira es una voz, un grito, un ruego, una exigencia. A la ira hay que respetarla ¿Porqué? Porque la ira es un mapa. La ira nos muestra dónde están los límites. Nos marca a dónde queremos ir. Nos permite ver dónde hemos estado y nos hace saber cuándo no nos ha gustado. La ira señala el camino. Hay que actuar a partir de la ira. Lo que no hay que hacer es dejar que actúe a través de nosotros. La ira señala la dirección. Se trata de usarla como combustible para emprender acciones que debemos llevar a cabo y trasladarnos a donde ella nos dirige.
Las emociones son focos que se encienden en nuestro cuerpo y lo más sano sería hacerles caso. Dejarnos guiar por el mensaje que traen consigo y en lugar de reprimir lo que sentirmos, poder mirarlo y recibir el regalo que traen para nosotros.
La ira es como un combustible. La sentimos y queremos hacer algo. Pegar a alguien, romper algo, tener un ataque, dar un puñetazo a la pared, cantarle las cuarenta a esos malditos. Pero como somos buena gente lo que hacemos con nuestra ira es comérnosla, negarla, enterrarla, bloquearla, esconderla, mentir sobre ella, medicarla, acallarla, no hacerle caso. Hacemos de todo menos escucharla.
A la ira hay que escucharla. La ira es una voz, un grito, un ruego, una exigencia. A la ira hay que respetarla ¿Porqué? Porque la ira es un mapa. La ira nos muestra dónde están los límites. Nos marca a dónde queremos ir. Nos permite ver dónde hemos estado y nos hace saber cuándo no nos ha gustado. La ira señala el camino. Hay que actuar a partir de la ira. Lo que no hay que hacer es dejar que actúe a través de nosotros. La ira señala la dirección. Se trata de usarla como combustible para emprender acciones que debemos llevar a cabo y trasladarnos a donde ella nos dirige.
Las emociones son focos que se encienden en nuestro cuerpo y lo más sano sería hacerles caso. Dejarnos guiar por el mensaje que traen consigo y en lugar de reprimir lo que sentirmos, poder mirarlo y recibir el regalo que traen para nosotros.