Qué es la muerte y porqué tenemos tanto miedo a hablar de ella
La palabra muerte viene del latín mors, mortis, con la misma raíz del verbo latino mori, que significa morir.
Antes de nada, debemos entender como muerte desde el punto de vista clínico, ese momento en el que una persona no presenta signos vitales, ha dejado de respirar y su corazón se detiene. Cuando una persona fallece, su cuerpo va experimentando cambios, que pueden ser visibles, pero hay otros que no lo son.
La persona fallecida presenta unas características muy particulares. Como hemos dicho, la más significativa es la ausencia de signos vitales; esto quiere decir que no respira, no tiene pulso ni presión arterial, y sin duda, la pérdida de temperatura corporal. Se determina en personas que fallecen, tanto de forma natural como de forma accidental o violenta. La persona muerta tampoco presenta reflejos en las pupilas, ni realiza movimientos involuntarios.
Clasificaciones principales
Los tipos de
muerte suelen clasificarse de forma genérica en tres grandes grupos:
Muerte natural. Causada generalmente por enfermedad o por procesos degenerativos propios del envejecimiento.
Muerte cerebral. Se presenta como un coma profundo, como un estado vegetativo en el cual la vida se prolonga de forma artificial.
Aunque no es fácil determinar la muerte cerebral, en la actualidad existen diversos exámenes, como la angiografía, la tomografía y la resonancia magnética; que permiten verificar si hay o no actividad eléctrica y flujo sanguíneo en el cerebro.
Los reflejos de pupilas, el de la tos y el faríngeo desaparecen totalmente, pues no hay función cerebral.
En este momento, se decreta la muerte, aunque la persona aún respire y su corazón palpite, producto de aparatos o fármacos que mantienen estas funciones. La condición de muerte cerebral es irreversible.
Muerte clínica. Es aquella que diagnostica el médico frente la ausencia de signos vitales, en algunos casos llega a ser reversible.
Muerte violenta. Asociada a aquellas muertes por homicidio, suicidio o accidentes de cualquier tipo.
Muerte indeterminada. Desaparecidos.
Muerte Social. Por ejemplo un enfermo de Alzheimer o que padece de sus facultades.
Actitudes ante la muerte
De entrada hablar de muerte nos produce un rechazo, es un tema tabú del que no se quiere hablar. Sentir angustia ante la muerte es natural y dependerá de nuestras creencias entorno a ella, el cómo viviremos los procesos de la pérdida por muerte.
La muerte es el tema constantemente vetado.
Es negativo, de mal gusto. Al muerto se le encajona, se le acristala, se le tapa, se le camufla con flores y olores tan significativos que cuesta olvidar.
Así, se le relega y se le aparta, se le desintegra de la familia, con frecuencia, precipitadamente.
A diferencia de otros entornos socioculturales, en el nuestro —al menos desde Napoleón y por motivos de salud e higiene— los cementerios también se han alejado de los centros de las ciudades. De este modo, se apartan del paso y de la vista, con bellas excepciones no exentas de interés turístico.
Es necesario también hacer hincapié que la muerte es un acontecimiento universal. Salud, enfermedad y muerte son aspectos que corresponden a todo ser humano aunque existe una diferencia en cuanto a la concepción de la muerte respecto al género.
La muerte es un misterio y los seres humanos no podemos evitar pensar en ella.
Hoy vemos cómo el número de ancianos aumenta constantemente y hay un rechazo generalizado hacia la vejez, simplemente no es aceptada esta etapa natural de todo ser humano. Hoy vemos un modelo narcisista donde se nos empuja a vivir desde la “eterna juventud”, desde la “vida exitosa y feliz” haciendo que rechacemos todo lo que se contraponga, tal es el caso de la vejez y por ende, la muerte.
Recibimos todo el tiempo impactos visuales con imágenes publicitarias que transmiten “supuestos ideales” de nuestra sociedad actual: personas jóvenes, de figura perfecta, de ensueño que muestran una supuesta felicidad, alegría de vivir, pero sobre todo una eterna juventud. Es innegable el hecho de que existe un rechazo total a las etapas naturales de la vida de cualquier ser humano o que se desdeña las edades de madurez física, mental y emocional.
Si una persona quiere destacar dentro de su círculo hay que ser exitoso, ser felices o por lo menos aparentar serlo. Hoy vemos tristemente una sociedad en una exacerbada competencia entre los unos y los otros; existe una carrera sin fin para poder tener más, hacer más, ganar más y con ello “garantizar” un estado de lujo y supuesta realización personal. Los valores profundos y duraderos han sido sustituidos por valores temporales y triviales.
Bajo este contexto el sufrimiento, la vejez y la muerte están totalmente excluidos de la sociedad, negados totalmente, pues la gente que los vive permanece en lugares aislados, alejados de su entorno familiar y seres queridos, recluidos en hospitales, asilos, considerando estas experiencias tan humanas como algo vergonzoso e inadmisible, pues resultan contrarios a la imagen de éxito permanente del modelo actual del ser humano “ideal”.
Observamos cómo entonces se vive un rechazo a los ciclos naturales de la vida, a vivir en paz cada etapa extrayendo aprendizajes de todas las experiencias, incluidos los fracasos, los desafíos y asumiendo lo que implica cada etapa de nuestra vida.
Esta evasión de la realidad inminente, esta incapacidad de percibir la vida como un proceso, proyectan en la persona un constante vivir sin sentido, una acción sin reflexión que oculta finalmente un temor a la muerte, tema del cual paradójicamente no se habla pero se observa desde lejos, desde una pantalla de computadora en un video juego o en una película de acción donde el exceso de violencia y muerte están a la orden del día; se escucha en las noticias y se lee en los periódicos, en las mantas que encontramos en lugares públicos en nuestra ciudad, etc.
Todo lo nuevo nos genera miedo y es normal, pero qué pasaría si fuéramos educados desde pequeños respecto a la muerte y pudiéramos ver este hecho como una posibilidad real y natural. Seguramente al sabernos perecederos enfocaríamos más nuestra energía y esfuerzos en vivir, y al momento de llegar la hora de partir, nos iríamos en paz, con la tranquilidad de haber hecho lo que nos correspondía como seres humanos dignos.